lunes, 8 de abril de 2013

Historia



Francia en la Edad Media
Hacia fines del siglo V se produjo una fuerte fragmentación del poder luego de que el último emperador romano fuera derrotado en el año 476. En la Galia distintos pueblos bárbaros se enfrentaron para expandir su poderío: los francos en el norte, los burgundios en el centro y los visigodos al sur. De la antigua gloria de Roma perduró pocos años el reino del general Siagrio, en Soissons (al norte), hasta que el rey franco Clodoveo, figura fundamental de la historia francesa, lo venció en 486.


La historia de Francia siempre recordará a Clodoveo I, rey franco desde el año 481 hasta el 511, hijo de Childerico I y de Basina de Turingia, que logró unificar a las diversas tribus francas, volviéndose expansivo también frente a los demás pueblos bárbaros. Fue un hombre de suma importancia para la historia de la República Francesa porque fue quien primero unificó el territorio francés e inauguró la dinastía de reyes. Por ello se lo considera fundador de Francia. Se ocupó de expandir su poder en toda la Galia, mediante batallas, asesinatos y alianzas. Logró triunfar sobre los visigodos y los burgundios, quedando todo el territorio en manos de los francos.
Otro hilo dentro de la historia francesa fue la conversión al catolicismo romano de Clodoveo (primero germano, y por ende, pagano), luego de casarse en 493 con Clotilde, una princesa burgundia católica. Su conversión hizo que todos los francos adoptaran el cristianismo. La adhesión al catolicismo facilitó en gran medida la integración de los francos con los galos-romanos. Además, permitió establecer una alianza inquebrantable a lo largo de la historia de Francia entre la monarquía y el clero.
Clodoveo dio origen a la primera dinastía de reyes cristianos franceses, la Dinastía Merovingia, que reinó entre los siglos VI y VIII. A él también se debe la designación de París como capital del reino en el año 508, por su ubicación estratégica. Sin embargo, a pesar del rol crucial de este primer rey dentro de Francia y su historia, también él, que había logrado la unidad del territorio fue quien, paradójicamente, propició la fragmentación característica del feudalismo: antes de morir repartió la región en distintos reinos para sus cuatro hijos. En la historia francesa el período merovingio se caracterizó por la creciente desintegración territorial, en tanto las tierras se dividían entre los hijos de los reyes. Esto provocó luchas internas sangrientas y la falta de estabilidad política perjudicó el comercio, que muchas veces debió interrumpirse.
Los reyes merovingios que sucedieron a Clodoveo no se ocuparon de gobernar y dejaron esa gran tarea a los mayordomos de palacio. Así, cada reino franco fue gobernado de hecho por un hombre encargado de la administración, la política, la economía y los asuntos militares, convirtiéndose en un poder simultáneo al de los reyes. Pero a principios del siglo VIII se produciría un nuevo intento de unificación con el inicio de la Dinastía Carolingia, central para la evolución de la historia de Francia. Todo comenzó con el mayordomo de Austrasia, llamado Carlos Martel o “martillo”, por su gran poder. Si bien no fue oficialmente rey, se lo considera fundador de la dinastía. Logró detener la invasión musulmana sobre Occidente con el triunfo en la batalla de Poitiers, en 732. Además, comenzó a reunir distintos reinos en uno solo (Austrasia, Neustria, Frisia, Sajonia, Turingia y Baviera). Martel quedó inmortalizado en la historia francesa.
Su hijo, Pipino el Breve, fue el primer rey de la Dinastía Carolingia, desde el año 751. Combatió contra los lombardos al norte de la actual Italia, enemigos del Papado entre los años 754-756. Las tierras que obtuvo de ellos fueron entregadas al Papa, constituyendo así los Estados Pontificios. La historia de Francia recuerda con honra al hijo de Pipino, Carlomagno o Carlos I el Grande, rey de los francos entre 768 y 814. Se caracterizó por sus exitosas campañas militares: venció a lombardos, sajones y ávaros. También se enfrentó a los árabes en España. Fue el creador del condado, unidad administrativa al mando de un conde y de las marcas, fronteras defendidas por los marqueses. En el año 800 hizo que el papa León III lo proclamara emperador, fundando así el Imperio Carolingio, una nueva versión del Imperio Romano de Occidente, central para Francia y su historia. Aquisgrán fue la capital imperial.
Una característica central del Imperio Carolingio fue su desarrollo cultural, propulsado por Carlomagno, quien quiso emular la grandeza romana. Fundó bibliotecas y escuelas, como la Escuela Palatina, con sabios de la época y asignaturas que incluían: retórica, dialéctica y gramática (Trivium) y aritmética, geometría, astronomía y música (Quatrivium). Este impulso cultural fue crucial para la historia de Francia. Una vez muerto Carlomagno, el Imperio Carolingio se desintegró, dado que su sucesor Ludovico Pío no tuvo la fortaleza necesaria para enfrentar las luchas internas y las recurrentes invasiones. La Francia actual adquirió su forma en 843 con el Tratado de Verdún, que separó en tres el Imperio, siendo Francia Occidental la correspondiente al territorio moderno.
Luego de los reyes carolingios, que reinaron hasta 987, se inició la Dinastía de los Capetos que, excepto algunas interrupciones importantes, reinaron hasta 1848, convirtiéndose en la dinastía más significativa de la historia francesa. Incluye a los Capetos directos, la Casa de Valois, la Casa Borbón y la Casa Orleáns. Si bien los Capetos quisieron lograr la unificación, el poder verdadero lo tuvieron los nobles, supuestos vasallos, que gobernaron sus feudos con casi entera libertad. Entre los siglos XI y XIII los nobles participaron de las Cruzadas para recuperar Tierra Santa, en manos de los musulmanes. Más allá del feudalismo imperante, el comercio prosperó durante la Baja Edad Media y las ciudades crecieron, así como también la cultura vivió un período vital con el Humanismo.

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