Francia en la Edad Media
Hacia fines del siglo V
se produjo una fuerte fragmentación del poder luego de que el último emperador
romano fuera derrotado en el año 476. En la Galia distintos pueblos bárbaros se
enfrentaron para expandir su poderío: los francos en el norte, los burgundios
en el centro y los visigodos al sur. De la antigua gloria de Roma perduró pocos
años el reino del general Siagrio, en Soissons (al norte), hasta que el rey
franco Clodoveo, figura fundamental de la historia francesa, lo venció en 486.
La historia de
Francia siempre recordará a Clodoveo I, rey franco desde el año 481
hasta el 511, hijo de Childerico I y de Basina de Turingia, que logró
unificar a las diversas tribus francas, volviéndose expansivo también
frente a los demás pueblos bárbaros. Fue un hombre de suma importancia para la
historia de la República Francesa porque fue quien primero unificó el
territorio francés e inauguró la dinastía de reyes. Por ello se lo considera
fundador de Francia. Se ocupó de expandir su poder en toda la Galia, mediante
batallas, asesinatos y alianzas. Logró triunfar sobre los visigodos y los
burgundios, quedando todo el territorio en manos de los francos.
Otro hilo dentro de la
historia francesa fue la conversión al catolicismo romano de Clodoveo (primero
germano, y por ende, pagano), luego de casarse en 493 con Clotilde, una
princesa burgundia católica. Su conversión hizo que todos los francos adoptaran
el cristianismo. La adhesión al catolicismo facilitó en gran medida la
integración de los francos con los galos-romanos. Además, permitió establecer
una alianza inquebrantable a lo largo de la historia de Francia entre
la monarquía y el clero.
Clodoveo dio origen a la
primera dinastía de reyes cristianos franceses, la Dinastía Merovingia,
que reinó entre los siglos VI y VIII. A él también se debe la designación de
París como capital del reino en el año 508, por su ubicación estratégica. Sin
embargo, a pesar del rol crucial de este primer rey dentro de Francia y su
historia, también él, que había logrado la unidad del territorio fue quien,
paradójicamente, propició la fragmentación característica del feudalismo: antes
de morir repartió la región en distintos reinos para sus cuatro hijos. En la historia
francesa el período merovingio se caracterizó por la creciente desintegración
territorial, en tanto las tierras se dividían entre los hijos de los reyes.
Esto provocó luchas internas sangrientas y la falta de estabilidad política
perjudicó el comercio, que muchas veces debió interrumpirse.
Los reyes merovingios
que sucedieron a Clodoveo no se ocuparon de gobernar y dejaron esa gran tarea a
los mayordomos de palacio. Así, cada reino franco fue gobernado de hecho por un
hombre encargado de la administración, la política, la economía y los asuntos
militares, convirtiéndose en un poder simultáneo al de los reyes. Pero a
principios del siglo VIII se produciría un nuevo intento de unificación con el
inicio de la Dinastía Carolingia, central para la evolución de la
historia de Francia. Todo comenzó con el mayordomo de Austrasia, llamado Carlos
Martel o “martillo”, por su gran poder. Si bien no fue oficialmente rey, se lo
considera fundador de la dinastía. Logró detener la invasión musulmana sobre
Occidente con el triunfo en la batalla de Poitiers, en 732. Además, comenzó a
reunir distintos reinos en uno solo (Austrasia, Neustria, Frisia, Sajonia,
Turingia y Baviera). Martel quedó inmortalizado en la historia francesa.
Su hijo, Pipino el
Breve, fue el primer rey de la Dinastía Carolingia, desde el año
751. Combatió contra los lombardos al norte de la actual Italia, enemigos del
Papado entre los años 754-756. Las tierras que obtuvo de ellos fueron
entregadas al Papa, constituyendo así los Estados Pontificios. La historia de
Francia recuerda con honra al hijo de Pipino, Carlomagno o Carlos I el Grande,
rey de los francos entre 768 y 814. Se caracterizó por sus exitosas campañas
militares: venció a lombardos, sajones y ávaros. También se enfrentó a los
árabes en España. Fue el creador del condado, unidad administrativa al mando de
un conde y de las marcas, fronteras defendidas por los marqueses. En el año 800
hizo que el papa León III lo proclamara emperador, fundando así el Imperio
Carolingio, una nueva versión del Imperio Romano de Occidente, central para
Francia y su historia. Aquisgrán fue la capital imperial.
Una característica
central del Imperio Carolingio fue su desarrollo cultural, propulsado por
Carlomagno, quien quiso emular la grandeza romana. Fundó bibliotecas y
escuelas, como la Escuela Palatina, con sabios de la época y asignaturas que
incluían: retórica, dialéctica y gramática (Trivium) y aritmética, geometría,
astronomía y música (Quatrivium). Este impulso cultural fue crucial para la
historia de Francia. Una vez muerto Carlomagno, el Imperio Carolingio se
desintegró, dado que su sucesor Ludovico Pío no tuvo la fortaleza necesaria
para enfrentar las luchas internas y las recurrentes invasiones. La Francia
actual adquirió su forma en 843 con el Tratado de Verdún, que separó en tres el
Imperio, siendo Francia Occidental la correspondiente al territorio moderno.
Luego de los reyes
carolingios, que reinaron hasta 987, se inició la Dinastía de los Capetos que,
excepto algunas interrupciones importantes, reinaron hasta 1848, convirtiéndose
en la dinastía más significativa de la historia francesa. Incluye a los Capetos
directos, la Casa de Valois, la Casa Borbón y la Casa Orleáns. Si bien los
Capetos quisieron lograr la unificación, el poder verdadero lo tuvieron los
nobles, supuestos vasallos, que gobernaron sus feudos con casi entera libertad.
Entre los siglos XI y XIII los nobles participaron de las Cruzadas para
recuperar Tierra Santa, en manos de los musulmanes. Más allá del feudalismo
imperante, el comercio prosperó durante la Baja Edad Media y las ciudades
crecieron, así como también la cultura vivió un período vital con el Humanismo.
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